lunes, 16 de marzo de 2009

Recuerdos en el jardín

Este fin de semana he estado disfrutando de mi pueblo, de los carnavales ( sí, un poco tarde para el resto de los mortales, pero a nosotros nos va la marcha, aunque sea a deshora ), y sobre todo del cariño de sus gentes.

Pero también hubo un tiempo para la nostalgia, que aunque no se busca, viene a nosotros a veces. Paseé por sus calles y me acordé de personas que ya no están, y que marcaron mi infancia y juventud allí, y porqué no, significaron un poco o quizás un mucho de la pequeña historia del pueblo. Entre ellos estaba un artista, Juan Quero, un escritor que se hizo a sí mismo, un cabrero que en los prados leía a Joyce y a Cela y que consiguió publicar el primer libro sobre Facinas, su visión de la historia, sus vivencias y recuerdos. Ahora su casa está cerrada, y su viuda con sus hijos.

Anoche, de vuelta a casa, lo recordé de nuevo y lloré, me salió un llanto limpio y sincero hacia su figura, y me lamenté por no haber pasado más momentos de tertulia con él, y pensé que necesitaba más de un homenaje.

Aquí va un pequeño recuerdo en forma de cuento:


La anciana está sentada en la pequeña mesa de madera de la cocina, que hace las veces de entrada a la casa. Desde allí puede ver el dormitorio donde tantos años durmió con su marido, el saloncito con el televisor, el mueble de bar con fotografías de hijos, nietos, yernos, ellos mismos años atrás, y sobre todo libros,muchos libros que se agolpan aquí y allá.

Quiere llorar pero no puede, ahora no, cuando esté sola ya habrá tiempo. Ahora le vienen muchos recuerdos que quiere retener, que no se deben ir de su cabeza. No quiere que se marchen, no deben marcharse, tienen que quedarse con ella.

Toma un poco de leche que le calienta su hija, y piensa que el momento de la partida está cerca. Sabe que allí no puede quedarse sola, sus caderas ya no aguantan los esfuerzos y debe marcharse. Pero su mente quiere quedarse, vivir de nuevo.

- Mamá, ya lo hemos recogido todo, nos vamos.

. Vale hija.

Su hija la mira y siente que la despedida va a ser dura, y las lágrimas caen por las mejillas de Pepa sin poder aguantarse.

La hija encaja la puerta y gira la llave, salen hacia el patio, su madre se agarra a ella.

Una última mirada a sus plantas, sus macetas, quién les va a hablar, quién escuchara esas conversaciones sobre literatura en esa mesa, quién va a hacer allí cestos de empleita, quién va a saborear sus cafelitos al socaire del levante.

La puerta del patio se cierra por última vez y allí se queda parte de su alma, parte de su vida.

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