sábado, 21 de julio de 2012

Silencio

Aprovechando que ellos no llegarán hasta mañana bajas a tu lugar de descanso, tu refugio de paz, de armonía, tu piscina. Como siempre, no hay nadie, no permitirías que pudiesen romper el equilibrio de silencio de las quietas aguas que miran al mar. Era tu anhelo y lo conseguiste, con mucho esfuerzo y el dinero de otros infaustos e ignorantes.

Estás completamente desnudo, nadie te puede ver, tocas el agua con los pies, deliciosa, en su punto para poder disfrutarla, te zambulles en ella, te sientes libre, absolutamente libre, poderosamente libre.

Nada te detiene en tu vagar por el placer de contemplar desde tu atalaya ese mar de aguas cristalinas, el Mediterráneo visto desde un lugar único.

Buceas hasta el fondo, con brazadas suaves, cierras los ojos, piensas en lo feliz que eres, te sientes el rey del mundo.

Abres brazos y piernas en el suelo de la piscina.

De pronto, una mano suave, tan suave como la tuya al tacto, aprieta con fuerza tu cabeza mientras que la otra te tapa la cara, intentas chillar pero allá abajo nadie te oye, una sensación se apodera de ti, sientes que la vida se te va en ello, la mano atenaza tu cuello, te falta el aire, das patadas y golpes con los brazos, pero el cuerpo las esquiva todas, cada vez los movimientos son más lentos, el aire ya no llega a tus pulmones, te axfisias, solo aciertas a ver los azulejos del fondo, un azul claro, una nitidez absoluta, y una luz, por fin, una luz que te guía.

Yo me marcho.

Queda el silencio eterno de unas aguas cristalinas y un cadáver flotante.

jueves, 19 de julio de 2012

Ella, mamá y fufú

Lo peor de que sonara el timbre aquella mañana de verano no fue encontrarme una inmensa maleta en la puerta seguida de ella, lo peor fue que tras ella venía..., si queridos amigos, es lo que os imagínáis, mamá en persona. Yo la llamaba mamá porque, aunque a mí no me había parido, ni ganas, Carmencita quería que fuera para mí también su madre.

Yo, que había decidido independizarme diez años antes porque no soportaba a la mía, yo, que hacía de la soledad mi razón de ser, yo, que cada vez que sonaba el teléfono con el número de mi madre sabía que tocaba aguantar los chismorreos que me contaba de todo el barrio, incluso alguna vez me quedé dormida con el teléfono en la oreja y me desperté con un dolor inmenso en el cuello.

Y ahora entraba por la puerta de mí casa con un maletón como nunca había visto antes, con intenciones de quedarse una temporadita, según supuse por la carita que me puso nada más entrar.

Mamá dispuso en pocos minutos de todo lo necesario para acomodarse, sus taperware de croquetas, sus pucheros congelados, total, que mi intimidad salió por la ventana.

No es que yo no quisiera a Carmen, pero para un ratito, para compartir noches y lo que viniese despúes...

No, por dios, mi sofá no, se hizo dueña de mi lugar preferido y sobre todo del mando. Luché con todas mis fuerzas, pero la batalla la perdí.

Todo lo hubiera pernitido, todo, incluso a mamá, una temporada, de no ser porque me dijo que tenía una sorpresa, nunca me han gustado demasiado las sorpresas,  si vienen de ella, porque ya conozco los resultados. Cerré los ojos con desgana pero disimulando, estiré las manos queriendo coger el regalo o lo que fuera, y...

Allí estaba fufú, su mascota, como ella le llamaba, su cariñito.

No, no y mil veces no.

Odio los animales, a muerte, pero eso sobrepasaba mi capacidad de entendimiento y de cordura.

Así que le dejé a elegir, o fufú o yo.

Imagináis el resultado.

Sí, sois buenos chicos.

Desde hace un mes sufro a mi verdadera madre en su casa.

Ah, se me olvidaba, me llamo Lucía.

Bueno, os diré quien era FUFU.

Si, sí, creéis que era un caniche....

Ojalá, solo deciros que aún tengo sus marcas en la mano.

Fufú, su mascotita, por la que ella moría, era...

Un erizo.

miércoles, 11 de julio de 2012

37 grados

Cruza la calle zigzagueando entre los coches que desesperan porque se abra el semáforo. Ella no mira nada ni a nadie. Va con la cabeza agachada, viste unas zapatillas de felpa rosas de otro tiempo, un pantalón amarillo chillón que asemeja un pijama, una camiseta que no adivino ver de qué color es y un chubasquero-abrigo rosa acolchado.  Su mata de pelo negro, rizado, sucio, dejado indica su estado. Pasa de los cincuenta, seguro. Miro el termómetro del coche, marca 37 grados.

Viene de comprar en el LIDL, cualquiera sabe qué, y se dirije a las 3.000.

Poco le importa la subida del I.VA., la eliminación de la deducción por vivienda, el encabronamiento supino de los funcionarios, ni siquiera la ley de dependencia.

A ella le preocupa llegar al día siguiente.

Y a ratos, ni eso.

miércoles, 4 de julio de 2012

El más rápido

En los contornos de Missouri no había nadie más rápido con el revólver que él, el gran Marck. Pocos se atrevían a enfrentarse en duelo por las calles de la ciudad, y los inconscientes que lo hacían, tardaban pocos segundos en morder el polvo de la muerte.

El no se enorgullecía de ello, simplemente pensaba que el destino le había reparado ese lugar en el mundo y así lo tenía asumido. Rehuía de las provocaciones, pero si algo detestaba es que le llamaran cobarde, en ese momento se transformaba en el ser implacable que no medía a nada ni a nadie, excepto si eran mujeres; aunque ninguna se había atrevido jamás, ni se había tenido que ver en esa tesitura, algún día sería el primero.

Y ese día llegó.

No fue por una ofensa, ni siquiera por provocación, simplemente ella se había acercado a la barra del bar donde apuraba su copa de bourbon, y le había dicho sin remilgos: ! Eh tú, si eres tan valiente como dicen, porqué no te enfrentas a mí !

El miró de arriba a abajo y lo que vió le dejó atontado, por primera vez le temblaron las piernas, quedó callado y no supo qué contestar... Y es que nunca en sus treinta y pocos años de vida se había topado con una mujer así.

TO BE CONTINUED...