viernes, 20 de enero de 2012

Huir

El reguero de personas, burros, coches, harapos, caballos, carromatos y hambre era interminable; se perdía en la vista.


La pista de tierra, o lo que quedaba de ella, zigzagueaba elevándose cada vez más.


Abajo, la ciudad llena de miedo, el mar, los recuerdos y parte de sus vidas.


Arriba, quién sabe si la salvación, por lo menos la huida.


El sol era el peor acompañante entre los lamentos, la desesperación y el pánico.


Era Julio en Málaga.


Carmen tiraba a duras penas de su burro, demasiado cansados ambos de días y días de andar descalza ella, con dos niños apenas destetados, uno a cada lado del animal, colgados cual zurrones de alimento, pero sin ellos.


Se habían separado del grupo buscando alguna sombra enla que cobijarse, encontraron un alcornoque y allí se decidieron a pasar las peores horas del día. De los pocos huertos que encontraron con algún fruto comieron granadas, tomates casi consumidos por el calor y un trozo de pan duro de nuchos días atrás.


Mientras los niños dormían, remendó como pudo un trozo de cáñamo y se lo puso a modo de zapatilla, por lo menos, así disimularía las heridas de los pies.


Ensimismada en sus pensamientos, agarrándose a la esperanza de que Pedro estuviera vivo, no oyó el tenue zumbido, en pocos segundos el ruido se fue haciendo cada vez más cercano, y tomó forma de avión.


Pasó una vez, luego otra, cada vez más bajo, hasta que del aparato fueron cayendo monstruos en forma de bombas que llenaron el camino de gritos, cuerpos ensangrentados, dolor, odio y muerte y más muerte.


Cumplido su objetivo, tal como llegaron, los bombarderos se perdieron en el cielo.


Unas nubes de polvo taparon el sol durante unos minutos.


Cuando éste se asomó, vio el horrendo espectáculo y lloró amargamente, sin consuelo, eternamente.

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