martes, 21 de septiembre de 2010

La ratita presumida 2- Y fueron felices...

Y fueron tan tan felices que en vez de comer perdices se dedicaron a lo que hacen los recién casados,( como es un cuento infantil hay que eliminar algunas palabras que pudieran hacer pensar lo que no es, ustedes ya me entienden ) pero como eran ratones a las tres semanas la familia feliz ya sumaba al menos siete miembros, a los dos meses la pequeña casita de la ratita presumida se había llenado de ratoncitos hambrientos y a los seis, el vecindario estaba escandalizado, además de asustado porque los pequeños roedores se comían todo lo que pillaban. Lo último habían sido los buzones de correo, ya que la madera era de mala calidad, acabaron por devorarlos todos.
El señor ratón fue a ver al alcalde pidiéndole que le buscara un trabajo con el que mantener a toda la familia, pero éste le dijo que con la crisis no tenían ni para tapar los agujeros de sus hijos de la calle.
Con el transcurrir de los meses el asunto traspasó las fronteras de la zona donde vivía la familia ratonil, llegando hasta el rey la noticia de la existencia en su pueblo situado en los confines de su territorio invadido por cientos, miles de pequeños bichitos con bigotes. Las despensas reales no quedaban muy lejos de allí, así que ofreció cien monedas de oro para quién fuese capaz de acabar con esa plaga.
Por el pueblo pasaron en pocos días cientos de aventureros a la búsqueda de riquezas, con resultado negativo en todos los casos. Los ratones seguían invadiéndolo todo, acabando con cosechas en pocas horas y devastando todo a su paso.
Pero hete aquí que un día apareció un personaje extraño, medio juglar, medio loco, tocando un instrumento musical desconocido en aquel país. El rey lo recibió con desgana, desconfiando.
Ese mismo día, al son de la gaita de Carlos Núñez, un ratón primero, luego otros muchos, cientos, miles de ellos se alejaron del pueblo para siempre.
Y colorín colorado este cuento se ha ...
Bueno, no exactamente.
Al pasar Carlos por el puente sobre el río Miño, un hombre canoso, con una carpeta y una calculadora lo paró. Alto, ¿ Ha pagado canon por su música ?, no pues según el reglamento de la SGAE usted debe pagar por cada uno de los oyentes de sus canciones, así que prepárese.
Y colorín colorado, la SGAE las monedas de oro se ha llevado.

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