viernes, 1 de junio de 2012

Escritora

Se sentía tan vacía por dentro que ni siquiera el cine, la literatura o los viajes, sus tres grandes pasiones, le motivaban. Se refugiaba en el trabajo, donde por momentos, se evadía de sus pensamientos, entraba en la rutina de las clases, algún sofoco que otro con esos alumnos descarriadetes que llamaban la atención de vez en cuando. Pero llegar a casa era otra cosa, por el camino, mientras conducía, su mente se iba alejando cada minuto de los estímulos ambientales ( la música, el calor de la ciudad a mediodía, los atascos, para entrar en ese mundo interior del que quería escapar pero no podía.

Y por último estaba él, ese que sabía que ella lo estaba pasando mal, que muchas veces no hablaba por molestar, que trataba de motivarla sin conseguirlo, el paciente que sabía que esa situación iba a ser pasajera, o que más bien lo deseaba para sus adentros.

Los niños ya habían volado del nido familiar y quizás ese era parte del problema. Tantos años luchando por ellos y ahora cada uno por un lado.

De pronto, un chispazo de apenas dos minutos, una conversación casual le hizo regresar momentáneamente al mundo de los ilusos, de los soñadores, de los que sienten que siempre habrá algo por lo que luchar.

Aquello se convirtió en una motivación extraordinaria, algo que le quitaba horas y más horas de sueño, pero la alegría volvió a su rostro, y por supuesto al de él.


A los dos meses, Carmen vio publicada su primera novela.

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