martes, 27 de septiembre de 2011

Una cagada de mañana

Intenta concentrarse en la lectura del periódico, pero es difícil. Sentado en la taza de wáter de un lujosísimo cuarto de baño situado en el piso cincuenta y cuatro de uno de los principales rascacielos de Manhatan, con unas vistas imponentes de la bahía, poco puede en estos momentos disfrutar de ella. Abusó de las ostras la noche anterior, también del bourbon y por supuesto de su ración diaria de cocaína de la mejor pureza traída directamente de las selvas colombianas.


Para Jhon no es una buena mañana, decididamente no. Tres veces salió de su habitación del hotel a su oficina y otras tantas ha tenido que regresar sin ni siquiera llegar al ascensor. El último le vino tan de repente que el traje de Armani fue directamente al contenedor dispuesto para la tintorería. Otro nuevo, por supuesto de tres mil dólares para arriba le estaba esperando en el armario.


El olor es insoportable, intenta abrir la ventana, pero los sistemas modernos no están diseñados para este tipo de alarmas. Cada dos minutos, del techo sale una ráfaga de ambientador que a duras penas aguanta la pelea y se da por vencido.


Han pasado dos horas y el hombre parece que ha vencido. Arregla la corbata, se pone la chaqueta, se perfuma, avisa en recepción de que llamen un taxi y en dos minutos está camino del trabajo.


A media mañana, las bolsas de medio mundo se desploman, las declaraciones incendiarias y pesimistas del primer mandatario de la agencia de calificación Standar and Poors provocan una caída en masa de los valores.


Una hora antes de la declaración oficial, el cuarto de baño del piso ochenta de las oficinas de Standar and Pourse ha estado ocupado por el mismo hombre.


Para Jhon Austin no ha sido una buena mañana.



Para millones de personas tampoco.

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