lunes, 7 de julio de 2008

Diario de una náufraga

Día uno.

Hoy, después de no sé cuantos días, comienzo este diario que bautizaré como el de la desesperación.

En este pequeño cuaderno perdido por mi habitación, hoy solamente quiero decir que ya no puedo llorar más, necesito que alguien me escuche, aunque estoy segura de que nadie lo hará.

Día dos.

Me siento como Robinson Crusoe en una isla desierta, soy una náufraga solo que él tenía la esperanza de que un barco lo rescatase, yo no.

Día veinte.

Hoy he decidido que tengo que escribir lo que me pasó o me volveré loca.

Todo sucedió aquella mañana cuando me levanté de dormir, recuerdo que era sábado porque no tenía que trabajar. Extrañé no oír ningún ruido cuando la casa de mis padres los fines de semana era un jolgorio permanente. Llamé a mi madre, pero nadie respondió. Pensé entonces que habrían salido de compras. Su móvil daba llamada pero no había respuesta, tampoco el de mi padre. Me vestí a toda prisa, salí a la calle, pero del bullicio no quedaba nada, sólo el ruido de los pájaros cantando en los árboles. Empecé a impacientarme, cogí mi coche y me di una vuelta por el pueblo: Era un desierto, ni siquiera en el mercado había ni rastro de personas.

Grité, grité y grité, chillé con todas mis fuerzas, pero mi eco se propagaba hasta el final de las calles y me lo devolvía amplificado por diez. Aquello no podía ser real, tenía que ser una pesadilla. Me pellizqué la cara por si estaba dormida, pero para mi desgracia, me dolió.

Salí del pueblo en dirección a la ciudad que estaba a cinco minutos, pero algo muy raro pasaba cuando no me encontré con ningún coche, moto ni ciclista. La carretera para mi sola.

Mi desesperación iba en aumento, pero se convirtió en llanto cuando me recorrí cada plazuela, cada esquina, rincón, avenida o casa y no encontré rastro de persona alguna.

Era como si todos se hubieran esfumado mientras yo dormía.

El viento aullando en las esquinas era mi único acompañante.

Entré en un bar que estaba abierto, el único ruido era el de la máquina tragaperras, puse la tele, pero allí no salía nada ni nadie.

Desde entonces han pasado demasiados días y sigo aquí sola, sin esperanza ni futuro.

Día treinta y cinco:

Continúo escribiendo este diario porque es lo único que me anima a seguir viviendo, aunque hoy ha sucedido un hecho que me ha alarmado.

No sé si me estoy volviendo loca, pero hoy he visto una línea roja subrayada sobre
la última línea escrita, cuando solo utilizo el bolígrafo azul.

Día cincuenta y dos:

Alguien ha escrito en rojo “ No estás sola “.

No hay comentarios: