lunes, 9 de septiembre de 2013

Cuento de verano: la luz de los aviones

En esta tarde fría en la que los últimos aviones rezagados se preparan para pasar el invierno en Africa, en la que las blancas nubes se hacen dueñas del cielo, en la que los últimos rezagados se pegan los chapuzones en la piscina, los niños apuran sus jornadas de vacaciones antes del colegio, una triste historia  contada este verano, verídica, en esos años en los que vivir en un pueblo pequeño se hacía difícil, pero más aún, si vivías en pleno campo, años de hambre, de enfermedades, de penurias y de tristeza.

" Cada atardecer la niña se alejaba un poco de la casa, apenas unos metros, los suficientes para sentirse en soledad con ella misma. Eran esos pequeños momentos que tenía de descanso en la ajetreada vida al cuidado de animales, el pequeño huerto y dos habitaciones que configuraban su pequeño hogar.

Su padre preparaba mientras tanto la cena, escasa, pero era lo que había.

Veía los aviones cruzar entre luminosas estrellas y soñaba...

Una mañana de verano, dos años antes, Carmen, la mayor de las hermanas comenzó a sentir fuertes dolores de cabeza que no remitieron con el paso de las horas. Durante la madrugada, el dolor aumentó en demasía. Cuando el médico rural llegó era demasiado tarde. Antonia no entendía nada, llantos, lágrimas y su hermana que no aparecía por lugar alguno. Su madre la abrazó intentando consolarla, mientras Juana, la siguiente en edad, se hacía la fuerte. Un avión recorrió el cielo en ese instante.

A los tres meses llegó el otro mazazo: La tuberculosis se llevó en pocos días a varios vecinos de la familia, y entre ellas a la hermana, nada se pudo hacer. La zona quedó en cuarentena y en vigilancia, pero para todos el sobrevivir se hizo cuestión de fe. La pérdida de las dos hijas había sumido en la desesperación más absoluta a Carmen, pero sacaba fuerzas de las pocas que tenía para mimar a la pequeña.

Una mañana de primavera, luminosa como pocas, José entró a desayunar a la casa, pues había madrugado para intentar cazar algo por los alrededores, y encontró a su mujer muerta sobre la cama. Había en ella una expresión suprema de tristeza y un brillo especial en sus ojos.


Han pasado sesenta años y la niña aún recuerda cómo se refugiaba tras la tapia esperando que la luz de los aviones le trajese a casa a sus hermanas y a su madre "



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