viernes, 22 de febrero de 2013

La cabra y el monte

Llevaba mucho tiempo allí, en aquel establo. Se había hecho mayor, muy mayor, quizás demasiado para estar encerrada entre esas paredes.

Comía como las demás, no se quejaba, a veces asomaba la cabeza entre las rejas y miraba a la montaña, allí donde muchos años antes se sintió libre, donde dejó a otras cabras, quizás algún hijo.

Pero un día, los dueños de la instalación se acercaron a ella, hablaron entre ellos, abrieron la puerta, y dejaron que se marchara.

En principio no supo qué hacer, se quedó atontada, alelada, pero a los pocos minutos, corría tan rápido como le permitían sus patas, poco acostumbradas a las carreras. LLegó a la sierra en poco tiempo, se reencontró con otras cabras que pastaban entre los quejigos y los arbustos.

Durante un tiempo anduvo con ellas, pero al poco tiempo se aburrió de comer siempre lo mismo.

Recordó que cerca había un huerto, se alejó despacio hasta llegar a sus rejas. Estaba  lleno de lechugas. No se lo pensó un momento, con las desgastadas cuernas y las pezuñas delanteras abrió un hueco en la tierra y se coló dentro. A las dos horas no quedaba una lechuga entera.

Pero como otras veces, el dueño del huerto la pilló dentro, la amarró a una cuerda no sin esfuerzo y a las dos horas estaba montada en un camión camino de nuevo al establo.



Dedicado al preso más antiguo de España, para quién la libertad es estar entre cuatro paredes.

El hombre siempre tropezará con la misma piedra.

1 comentario:

Antonio Castillo dijo...

Es darle la vuelta al dicho: "La cabra siempre tira al monte" y en el caso de este hombre es lamentable.
A estas alturas será muy difícil que escarmiente.
Salud(os).