sábado, 8 de septiembre de 2012

Una luz

Cuanto despertó la luz continuaba encendida. No sabía cuantas horas había dormido, ni siquiera sabía muy bien si era de día o de noche. Siempre igual.

La única conciencia que tenía es que había pasado mucho tiempo, demasiado.

Un paso, dos, tres, pared.

Un paso, dos, tres, pared.

Repetía el movimiento cientos de veces, hasta que las piernas le dolían y se sentaba en el suelo a descansar.

Aprendió a calcular según los horarios de las comidas. Supuso que ellos no le cambiarían las horas de desayuno, almuerzo y cena, pues la merienda no existía.

Durante todo el tiempo que llevaba allí se había propuesto  no llorar y lo había casi conseguido.

Seguramente le habían dado por muerto, su familia no debía sufrir por él.

Pero el no iba a desfallecer, mentalmente era fuerte y lo demostraba día a día.

Con un trozo de azulejo del suelo rallaba en la pared donde daba el camastro, una línea de cada cena que pasaba.

Tenia que sobrevivir.

Rezaba todos los días por su libertad, lo hacía en silencio, para sí.

Ellos apenas se dejaban ver y él no les pedía nada, porque nada obtendría.

No les suplicaba, porque quizás lo que querían era verle sufrir.

Unicamente le obsesionaba una cosa.

Esa luz, esa maldita luz sin interruptor.


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