martes, 14 de febrero de 2012

Enamorados

Cuando la vio por primera vez al salir del parque aquella tarde de primavera, supo lo que era el amor. Muchos años les separaban, ella era apenas una niña, él un hombre ya en la treintena, pero se encaprichó como un colegial.

Ni siquiera había hablado con ella cuando ya la soñaba todas las noches. Una mirada furtiva, apenas una sonrisa le bastaron para sentir palpitaciones que le pedían sentirla más cerca.

No se atrevía a decirle nada por temor a lo que pensara ella, un hombre con una niña, podría incluso asustarse.

Varias veces la vio por la barriada, pero ella siempre iba acompañada, con amigos, o algún familiar mayor.

Las noches eran infiernos de sufrimiento, daba vueltas y más vueltas en la cama sin poder dormirse, ni siquiera los libros, sus fieles compañeros durante tantos años le distraían. Inventaba historias con las que encontrarse, se imaginaba su nombre, en suma, sentía, amaba, sudaba.

Hasta que un día, sentado en un banco del parque, observó que ella bajaba del autobús de línea como todas las tardes en dirección a su casa, pero esa tarde fue distinto, en vez de tomar la dirección usual, volvió la cabeza y se dirigió hacia el interior del parque.

El corazón quería salírsele del cuerpo, un sudor frío le recorrió de arriba a abajo. Ella se fue acercando más y más hasta que la tuvo apenas un metro. ´

El no quería levantar la cabeza, pero una mano suave se posó sobre la suya, cogió su cara y de pronto sintió unos labios cálidos en su boca y el beso más maravilloso que jamás había recibido y que por los siglos de los siglos recibiría.

Ella se marchó corriendo con una sonrisa en la boca mientras él supo que se había enamorado para siempre.

Por siempre.

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