jueves, 19 de diciembre de 2013

" El reino de las bestias "


Cuento 1. El reino de las bestias.
Cada noche sale en busca de presas que echarse a la boca, algo en su interior, un resorte, un chispazo que le atraviesa desde las pezuñas hasta el último pelo de su poblada cabeza, hace que se ponga en marcha al caer los últimos rayos de sol por la cercana montaña.

Caza solo, sin más compañía que su instinto y su avidez, buenos compañeros para la exigencia que él mismo se impone.
La mayoría de las veces se tiene que contentar con pequeños animales a los que mata de un seco mordisco, cuando están desprevenidos, justo en ese segundo en el que se confían, su instinto se dispersa y zas, dejan de ser seres vivos para convertirse en guiñapos de trapo.

Pero él quiere más, necesita más, una presa mayor a la que devorar, obtener su sangre fresca, bebérsela incluso y sentirse poderoso en el reino de las bestias.
Su figura espanta, las pocas veces que un fugaz rayo de luna deja translucir parte de su cuerpo, hasta su sombra tiene miedo.

Y esta noche ha traspasado los límites que él mismo se había marcado, jamás se acercaría a la ciudad; desde aquel desgraciado suceso que sufrió tiempo atrás y en el que perdió una pata, la carretera que separaba su mundo del de los demás era el lugar prohibido.

Se mueve con decisión, ajustando cada paso, su cuerpo es capaz de regenerar cada parte que pierde y vuelve a tener sus ocho patas.

Acerca el hocico a los primeros setos verdes y la huele. De repente, el vello de su cuerpo se eriza, las tres colas se ponen en tensión y los ve, a pocos metros, están tumbados en la verde hierba, dormitan, o eso parece. Se acerca sigilosamente, está ya a pocos centímetros, ellos no parecen advertir su presencia. No ve las caras, solamente siluetas, cuatro brazos, dos cabezas, cuatro piernas, dos troncos.

Su lengua se retuerce de placer, realmente es la cacería más importante de sus cientos de años, nunca ha tenido dos seres tan imponentes dispuestos a ser devorados sin resistencia alguna.
En un instante, una dentellada a cada cuello y ambos acabarán en sus fauces.
Los muerde una y otra vez, cada vez con más saña, jamás ha sido tan fácil una cacería, no han opuesto ninguna resistencia.

Un rugido espantoso sacude la ciudad de esquina a esquina, los coches se detienen, la nieve deja de caer, las luces de los bloques se encienden, los semáforos se apagan, las antenas vibran y el mundo se estremece.
La montaña se queda huérfana de su rey.

Los hombres pasan ahora a ser las nuevas bestias.

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