sábado, 6 de octubre de 2012

Santiguarse antes de salir

Ocho de la mañana, en el semáforo de siempre, salida de ciudad dormitorio hacia Sevilla. Miro a mi izquierda, un Opel Astra familiar conducido por un hombre. Me imagino su situación, el hombre casi no ha dormido en toda la noche. Se ha afeitado a toda carrera, ha dejado a su mujer vistiendo a los niños, les ha dado un beso a los tres, a ella uno más profundo, ella se ha extrañado de tanta efusión, no es normal.

El semáforo sigue en rojo, continúo su historia. Mira en el asiento del copiloto, y efectivamente, está el maletín, quizás el encargo de su vida, hoy no es un día normal, no, ese maletín debe llegar a su destino, y en una hora determinada. Tiene exactamente dos horas y quince minutos. El tiempo suficiente para tomar un café cargado, disimular un poco en la oficina como si hiciese alguna gestión y salir como todas las mañanas a las nueve y treinta horas. Supuestamente, a buscar nuevos clientes. Eso es lo que piensan todos, incluso ella, su mujer.

Ellos no se le permitirían, no, esas son las reglas, las innegociables reglas de la secta, las que aceptó hace ya tres años, y no se ha arrepentido jamás, aunque las exigencias sean fuertes, duras.

El semáforo se pone en verde, arranco, él también, pero antes se santigua antes de apretar el acelerador y cambiar de marcha.

Le veo marcharse.

Suerte.

O no.

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