lunes, 20 de junio de 2011

Malos tiempos

Cuando decició crear aquella empresa, muy buenos augurios le esperaban, lo decían los astros. Gracias a la ayuda económica de sus familiares pudo montar la fábrica que todos deseaban.


El dinero comenzó a fluir a espuertas, los trabajadores eran felices, más o menos, siempre pensaban que el jefe de las buenas palabras no les pagaba como ellos se esforzaban, pero cobraban todos los meses.


Un día, en la calle principal del pueblo apareció una pancarta gigantesca hecha toscamente con telas viejas, pero el mensaje era bien claro: Pedro no paga a sus proveedores. En pocas horas, tras los zaguanes de las casas, el escándalo zigzageaba de una a otra. Nadie quería creérselo, pero todos lo pensaban. En lo cuatro bares del pueblo ese era el único tema.



El cartel fue retirado a la hora del mediodía por dos foráneos.


Como en la Mala Hora de García Márquez, a la mañana siguiente, por debajo de cada puerta de cada casa, apareció un pasquín. Era pequeño, estaba escrito a ordenador, era blanco, pero el texto no podía ser más explícito: ninguna de las cuatro empresas de Pedro afrontaba pago alguno con los proveedores desde hacía tres meses.


La preocupación se tornó indignación al atardecer. Una manifestación de indignados se dirigió con paso firme a la puerta de la casa de Pedro. A cada metro se sumaba más gente, entre los propios afectados por el impago, que eran muchos en el pueblo, se añadieron los curiosos, los cotillas y los envidiosos.


Llamaron una vez, otra y otra, pero nadie contestó.


Cuando cada persona regresó a su casa, exhaustos, derrengados, cansados y hastiados, encontraron un mar de pasquines tirados por las calles.


Decía:


No me busquéis, el dinero voló hacia otros destinos, yo lo seguí.


Firmado: Pedro.

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