Anoche vivimos otro de esos momentos que para mí quedan como mágicos.
Dar un pregón en tu pueblo es importante, pero dar otro en la Iglesia sobre un tema totalmente diferente, nuevo en muchos aspectos para mí, es más destacable aún.
Por eso, de nuevo mil gracias por los besos, aplausos y abrazos recibidos.
La mirada en algunos ojos me dijeron muchas cosas y todas bonitas.
Aquí dejo el texto para quién lo quiera leer:
PREGON SEMANA SANTA DE FACINAS
AÑO 2010
Buenas noches a todos:
Desde hace casi dos años mi vida ha cambiado mucho. Grandes acontecimientos que te hacen cambiar la forma de de enfocar la forma de entender la estancia en este mundo. En Mayo nació mi hijo Antonio, en Julio caí enfermo, en Agosto del 2009 fui el pregonero de la Feria de Facinas, en el mes de Diciembre conseguí presentar mi primer libro y en el mes de Enero de este año el padre Antonio me propuso ser el pregonero de la Semana Santa de Facinas, a lo que gustosamente dije que sí. Muchas sensaciones y ahora nos toca vivir esta última, no menos importante que las anteriores.
En primer lugar me gustaría dar las gracias por haber confiado en mí a la Asociación de la Divina Pastora de Facinas. Gracias también al Padre Antonio por darme esta oportunidad, a mis amigos de la asociación cultural “ La Atarjea “, a Juan José Serrano, mi presentador y presidente del Grupo de Adoración Nocturna de Facinas y en suma a todos mis queridos vecinos.
A esta humilde persona no le puede quedar más honor, tras los ilustres facinenses que han pasado por este altar y que me han precedido.
Por último antes de comenzar quisiera dedicar este pregón a mi familia que tanto me ha apoyado, a mi padre, que seguro me estará oyendo, a todos los hombres y mujeres de nuestro pueblo que han fallecido pero que dejaron huella entre nosotros y en especial a CHANI Iglesias , una luchadora de la vida a la que debemos apoyar entre todos y que seguro el año próximo estará pregonando para todos nosotros.
Y a vosotros que estáis aquí esta noche.
Saeta.
Sonaron las campanas de la pequeña parroquia construida a las faldas de la montaña anunciando la proximidad del horario de misa.
Llegó sin avisar.
José recogía ramas fuertes de acebuche para los junquillos del arado en la campiña cuando sintió una mano que se apoyó en su hombro derecho. Estaba agachado e hizo la intención de saltar, pero la voz del hombre le tranquilizó.
No temas, le dijo, no voy a hacerte daño.
¿ Quién es usted ¿, exclamó el mozo con cierto miedo.
Eso no importa hijo. La voz sonaba grave pero cadenciosa, tranquilizadora.
Dígame entonces qué quiere. ¿ Acaso un poco de pan, queso ?.
No necesito nada, gracias. Me han enviado para decirte que has sido elegido para una misión importante.
¿ Porqué yo ¿.
Porque en el pueblo todo el mundo sabe que eres de gran corazón y además el mejor carpintero de estas tierras.
¿ Y qué tengo que hacer ¿.
Tallarás dos figuras de madera para la parroquia de este pueblo. Una será de Jesucristo y la otra de la Virgen.
¿ Pero cómo, si yo sólo soy un humilde carpintero de arados y aperos de labranza ¿.
No te preocupes, hijo, él te guiará. Señaló hacia el cielo. Ahora márchate y cuéntale lo que te he dicho a tu mujer, que seguro se alegrará de la noticia. Ella te ayudará.
Cuando giró la mirada hacia el frente, el hombre ya no estaba.
José volvió rápidamente y le contó a María su encargo. Esta le animó a que lo llevara a cabo.
Era sábado. De todas las cortijadas fueron llegando gentes en burro, a caballo, o andando a la pequeña iglesia. El cura ofició en la puerta de la pequeña capilla, pues además de que el tiempo acompañaba, aún estaba cercano el paso de los soldados de Napoleón Bonaparte y los destrozos que en ella habían producido.
Esa noche José se acostó como siempre, cuando la leña de la chimenea comenzaba a hacerse rescoldo. Su sueño fue plácido.
Era domingo ya cuando lo vio a lomos de una borriquilla entrando en Jerusalem. No venía solo, una muchedumbre le seguía. El era Jesús y venía de Nazaret. En su rostro se adivinaba la felicidad, aunque en el fondo de los ojos había una plática de responsabilidad, de inquietud.
Sus seguidores traían ramas de olivo en señal de alegría y fiesta.
Con las primeras luces de la mañana José fue al bosque a lomos de su fiel burro y buscó el mejor tronco de cedro que halló. Cortó dos buenos trozos y los cargó a lomos del animal.
Ese mismo día, en el taller comenzó a dar forma a la figura. El sueño de la noche anterior le había abierto los ojos y tenía una primera idea de la tarea a realizar.
Primero el tronco, al que fue definiendo con los retazos de la memoria, cariño y paciencia, mucha paciencia.
El lunes volvió a soñar con Jesús: -.» Una mujer, María, le unge aceite en sus pies. Mientras Judas le espeta que porqué no lo ha vendido, Jesús les tranquiliza y les anuncia que la muerte se acerca. «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis “.
Al día siguiente, con la cara de María, José crea la figura de la Virgen Dolorosa a falta de ser vestida y algún acabado.La figura se le hizo más presente y al día siguiente pudo contornear brazos y piernas, marcando los dedos de las manos totalmente extendidos.
El Martes Santo en la madrugada, José se revolvió en el camastro muy inquieto. Sudaba a borbotones. Incluso María le oyó gritar en la noche algunas palabras que ella quiso entender: “ por treinta monedas le condenas, Judas“. Esa noche el gallo cantó tres veces.
La mañana luminosa trajo consigo un acabado casi perfecto del tronco, las costillas, la tela que cubría su cintura y la parte inferior de la cara: con la gubia fue capaz de marcar la definición de una boca perfecta, una barba oscura poblada y una melena que le caía hacia el lado derecho.
El Jueves Santo, José ve a Jesús rezar en el Monte de los Olivos. Siente en estos momentos miedo, la angustia ante la muerte, la tristeza por ser traicionado, su soledad, su compromiso por cumplir la voluntad de Dios, su obediencia a Dios Padre y su confianza en Él.
Esa noche, Jesús celebra la última cena, la Pascua judía, con sus doce apóstoles y tras el lavatorio de pies, anuncia a sus discípulos el deber de seguir su palabra y sus hechos cuando él desaparezca.
José se levanta triste, dolorido, no tanto por el fin de sus trabajos, sino porque se siente en parte responsable.
Al final de la jornada la virgen está finalizada a falta de un solo retoque, mientras que ha buscado en el bosque los pigmentos necesarios para dar los tonos de la piel y la sangre.
Dios, la sangre de Jesús que será derramada, llora José.
Saeta.
El Viernes Santo, José ve con sus ojos como a Jesucristo lo prenden y comienza su Vía Crucis por las catorce estaciones hasta ser crucificado con dos vulgares ladrones.
En el momento de ser colgado en la cruz la cara del hombre se muestra en toda su intensidad a José. Está sufriendo, mucho, demasiado.
Clavan sus manos a la cruz, sus pies a la cruz, él oye los golpes secos, mientras que en la cabeza le colocan una corona de espinas. El cuerpo del hombre se tensa, mientras que de manos, pies y cabeza la sangre comienza a manar.
El cuerpo de Pedro se estremece entre estertores cuando Jesús exhala el último suspiro.
El amanecer trae al imaginero buscando dos maderas largas con las que construye la cruz, clava en ella a la imagen, engoma una soga y la cruza alrededor de la cabeza de Cristo, pega las lágrimas en la cara de la dolorosa y se dispone a realizar su última tarea, la más difícil, la que resume una vida entera:
Define los ojos de Jesús en esta última mirada hacia el mundo, de abandono del cuerpo para el resurgir del alma, de entrega de su vida para el futuro de la humanidad.
Cuando finaliza, sus brazos, su cuerpo, su mente se vienen abajo y cae derrengado sobre las virutas de madera. Duerme durante dos días.
El Sábado Santo, el yacente es descolgado de la cruz, José asiste entre sueños como otro más de sus seguidores, pero entre ellos no hay llantos, pena, queda un halo de esperanza ante el mensaje que él les dio.
La buena nueva llega a todas las casas de Jerusalem el domingo. Jesús, el que había muerto en la cruz había resucitado y se hacía palabra para el mundo. El imaginero sabía que desde ese momento propagaría el nombre de Jesús en la Tierra.
Cada Viernes Santo, nuestro pueblo rememora esos acontecimientos, haciéndose más cercano el mensaje del todopoderoso de amor, paz y fraternidad. Cuatro mujeres cargan con la cruz por las empinadas calles de Facinas, luciendo orgullosas nuestro Cristo del perdón en el momento último de la vida, mientras doce hombres llevan bajo el paso ahorquillado la Virgen Dolorosa que llora la muerte de su hijo.
Muere el hombre, nace el Dios.
He dicho.