viernes, 26 de diciembre de 2008

" Las Bacantes "

El sábado pasado mi gran amigo Joselillo me invitó a ver una actuación suya en el coqueto teatro de Salvador Távora en el Cerro del Aguila. Representaban una obra que estrenaron hace veintiún años, " Las Bacantes ", estaba basada en una tragedia griega, y él era uno de los dos guitarristas que trabajaban. Salí maravillado de la actuación en conjunto, esto es lo que me sentí allí:
Todo era oscuridad,
Hasta que ésta se transformó en mujer bacante,
la bacante en vino,
el vino en pasión,
la pasión en percusión,
la percusión en celos,
los celos en bacantes,
las bacantes en taconeo,
el taconeo en envidia,
la envidia en trampa,
la trampa en vino,
el vino en guitarras,
las guitarras en sumisión,
la sumisión en engaño,
el engaño en sangre,
la sangre en carne,
la carne en can,
el can en bacantes,
las bacantes en Baco,
Baco en placeres,
los placeres en bacantes,
y las bacantes en
amor, alegría, pasiones y libertad.

Sabina y Viceversa

Esta noche tenía ganas de oir música. Me metí en el cuarto de los libros y busqué en la caja de las cintas. Tengo que reconocer que aún soy un negado para los MP3 y MP4, de hecho, no sé ni descargarme música. Algún día tendré que reciclarme, pero para eso hay que tener tiempo, ganas y alguien que te lo explique, aún no he podido juntarlos a los tres. Ya llegará.
Debo reconocer que me falta un lugar donde tranquilamente pueda disfrutar de un buen CD o casette, normalmente la radio me quita todo el tiempo.
Volviendo a mis cajas, todavía me esperan algunas reliquias: Triana, Antonio Flores, lo primero de Víctor Manuel, mucho Dire Straits, Antonio Vega, Mecano, Genesis, los Beeges, Silvio Rodríguez, Eros Ramazzoti, Modestia Aparte, Paco de Lucía, todo el flamenco que mi padre escuchaba, una cinta grabada con él contándome parte de su vida y que aún no me he atrevido a ponerla y alguna morralla de hace años que ahora no recuerdo.
Algunas se quedaron por el camino, y me da pena, por ejemplo, Radio Futura.
Pero esta noche tenía ganas de recordar, de echar la vista atrás, quizás motivado porque mi primo me ha regalado un maravilloso cuadro pintado por él y donde rememoraba nuestros años de juegos en mi casa de la Palmera, aquella donde pasé los mejores años de mi vida. Nunca los trazos de un pincel pueden haber reflejado tantos recuerdos, tantos sentimientos.
Cogí la vieja cinta Basf, con veintitrés añitos de antigüedad nada más, donde un amigo me había grabado a Joaquín Sabina en concierto con Viceversa, su grupo y colegas, como Javier Krahe. Esta era la música que nos animaba las tardes de estudio y trabajos en primero de bup. Tengo otros discos de Sabina, pero como éste ninguno. No me canso de oirlo. Desde Calle Melancolía, Juana La Loca, Pongamos que hablo de Madrid, Cuando yo era más joven, Rebajas de Enero, Pongamos que hablo de Joaquín, Princesa y tantas otras...
Aún no era tan cínico, recordaba más a La Mandrágora, pero ya demostraba una ironía y una profundidad en sus letras que lo hacían diferente a los demás.
Han pasado muchos años, más de veinte, pero es gratificante recordar, mirar hacia atrás, y sentir que has vivido muchas circunstancias, y que en cada camino andado ha habido una canción, una música que ha viajado contigo.

Reflexión de un duende

Hace unos meses le pedí al personaje especial que pulula por los Coniles que todas sus reflexiones me las plasmara en un cuaderno porque al enviármelas vía fax perdía claridad.
Esta semana, cuando fui a mi pueblo me estaba esperando. Hoy empiezo a deshojarlo con impaciencia.
Aquí va la primera, el título se lo dejo a él.
Va por y hacia ti, soñador:
" Un SMS es un edicto de un pensador.
Ha de ser corto como la claridad del día y profundo como la noche, fascinante como un horizonte, embaucador como la puesta de sol; Y sobre todo, porqué no, hermoso como los ojos que lo han de leer.
Y para que sea verdadero, inigualable como para quién fue escrito.
En resumidas cuentas, para mi pensamiento. "

viernes, 19 de diciembre de 2008

" Cuentos breves "

Hace unos años oía el programa " La Ventana " en la Cadena Ser y recuerdo que los viernes por la tarde tenía un espacio de literatura Juan José Millás. Aunque ya no lo oigo, creo aún lo mantiene. En él la gente participaba con cuentos cortos relativos a un tema concreto que él proponía. El nivel era bueno, muy bueno y las historias muy imaginativas. Además daba buenos consejos sobre la forma, extensión y enfoque que debería tener un buen cuento.


En los últimos días se me ha ocurrido alguna de ellas. Espero que os guste.


¿ Estás ahí?.

Te llevo en mi mente desde hace tiempo.


He visto tu cara en sueños.


Eres hermosa.


No sé tu voz.


Ni siquiera si existes.


Para mí, sí.



miércoles, 17 de diciembre de 2008

los libros de nuestra infancia

Estoy pasando una buena racha en cuanto a que me surgen diariamente ideas, cuentos y reflexiones. Lástima que no pueda plasmarlas aquí como quisiera, pero el sueño, los niños, la casa, el trabajo y el cansancio a estas horas no me dejan mucho tiempo.
Hoy sí he acabado un poco antes las tareas, así que paso a contaros algo que me sucedió ayer. Estaba escuchando Radio Nacional, el programa de Toni Garrido, un tío con una voz apasionante, cuando en una de las secciones hablaron de los libros de nuestra infancia, aquellos que recordamos en nuestros primeros años de lecturas voluntarias, no las que nos mandaban obligatoriamente en el colegio.
Casualmente, coincidí en casi todos los que dijeron.
El primero que recuerdo era " La Isla del Tesoro ", de Robert L. Stevenson. Creo que lo saqué de la biblioteca del colegio de Facinas. He pensado pedírselo este año a los Reyes Magos.
El segundo, " El principito ", de Sant-Exupéry, que creo no haber leído. Sí me acuerdo que mis primos de Conil lo habían leído. De todas maneras, no me hace demasiada ilusión descubrirlo ahora.
El tercero, " Moby Dick ", de Melville, uno de los primeros libros que me regalaron. No sé si llegué a terminarlo, pero tengo buenos recuerdos de él.
El cuarto, " 20.000 leguas de viaje submarino ", de Julio Verne. Creo que es uno de los grandes libros que cualquier persona, sea joven, adulto o anciano deberían en algún momento de su vida leer. Yo agregaría cualquiera de los que el mago Verne sacó de su prodigiosa imaginación.
En la radio dijeron las aventuras de " los cinco ", y yo coincido como fundamental.
Por último, un gran libro, tanto por el tamaño como por el mundo allí definido, salido de la pluma de Tolkien, " El señor de los anillos ", mi primer pedido en Círculo de Lectores. No he conseguido terminarlo nunca y además lo regalé. Algún día volverá a mi.
Yo agregaría otro que sí me marcó cuando pequeño, " La historia interminable ", de Michael Ende.
Ahí están los míos, espero los vuestros.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Caja de sorpresas

Voy teniendo ya algunos años, aunque no me considero mayor, pero sí, algo he vivido.
En los dos últimos días he sufrido algunas situaciones y escuchado conversaciones que me dicen que el mundo está cambiando, aunque ya lo dijo alguien: " vivimos en un mundo cambiante " .
Intentaré explicarme un poco mejor:
. Un barman de la calle Marqués de Pickman, con la edad de mi madre, sesentón, largo, canijo y escuchimizado, personaje que podía haber salido de las películas de Torrente, que le dice a un cliente que es feliz montándose en el Jaguar de Isla Mágica y que disfruta como un gorrino tirándose por las canoas esas que te pones chorreando. Su mujer le dice que está zumbao, pero las montañas rusas le apasionan, sobre todo quedarse colgado boca abajo.
. Una noticia de la radio que dice que los españoles le dedicamos más tiempo semanal a internet que a la televisión, para que luego digan de los programas telebasura.
. Una beata en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla mandando mensajes por el móvil. Antes pensaba que se iba a rezar, pero ahora parece que no.
Quizás el carca sea yo, quién sabe...

" Traeme la luna "

Miro al cielo y veo una gran bola blanca resplandeciente. En estas noches, me siento diferente.

A mi memoria vienen recuerdos de un pasado lejano, pero que se hace presente cuando la veo a ella. Pasaron años, muchos, pero aquella imagen no la podré olvidar jamás.

Estaba solo, extrañamente no se oían disparos y los nuestros también habían parado. Una tregua tácita, más por cansancio que por estrategia. Nadie entendía porqué estaba allí, ni porqué había que matar a unos compatriotas, españoles como nosotros.

Por una bandera, ni por mil que nos hubieran ofrecido justificaba aquel sinsentido. Morían los nuestros y los de enfrente, no había satisfacciones ni alegrías. Demasiados porqués sin respuesta.

Recuerdo que en el bosque cercano cantaba el ruiseñor, y que mis compañeros de trinchera se habían alejado todos a dormir. Esa noche yo era el único puesto de guardia.

Era noche cerrada ya, pero la luna apareció por el horizonte iluminándolo todo como si el sol no se hubiera querido ir. La miré y ella me miró a mi. Estaba fantástica, reluciente. Por un momento pensé: " Y si yo un día pudiera ir allí; ¿ Cómo sería ?, ¿ Deslumbraría tanto? ".

Cerré los ojos y comencé a soñar.


Al momento los volví a abrir y la miré de nuevo. Ahora ya no estaba tan lejos, se acercaba lenta pero segura.


Su luz se hizo cada vez más amplia, fue creciendo y creciendo delante de mi vista.


Parpardeé varias veces, me los froté, no podía ser, aquello debería ser irreal, pero no.


Poco a poco fui notando cada surco, cada cráter y mi figura se iba empequeñeciendo cada vez más.


Hubo un momento en que no se distinguía ninguna estrella del firmamento, todo era luna, majestuosa, impresionante, blanca e inmaculada.


Casi la podía tocar con mis manos.


El cielo era luna, y la luna, cielo.


Quise gritar pero no pude.


El ruiseñor dejó de cantar, asombrado ante la visión.


Yo quedé petrificado.


No quería que pasara aquel momento.


El tiempo y el espacio se detuvieron ante mi.


Una visión mágica.


Con la misma premura con la que se acercó, se fue alejando hasta cobrar su tamaño normal.


Jamás me he atrevido a contar nada a nadie, me tomarían por loco.


Desde aquella noche tan especial, cada luna llena que pasa me siento a contemplarla desde el portal de mi casa, y la vuelvo a sentir cercana...

viernes, 5 de diciembre de 2008

Ande yo caliente...

Este es el primer cuento que recuerdo haber leído, a los pies de la cama de mi padre. Habrán pasado por lo menos treinta años, pero hace unos días me vino a la memoria tan fresca la historia y las imágenes que sentí la necesidad de contarlo. Dice así:
En la lejana Siria, allá por el año 345 antes de Jesucristo, un hombre y su hijo emprendieron un viaje entre su pueblo Ebla y Hama, que se hallaba a dos jornadas de camino, para intercambiar los productos que había generado el pequeño huerto, por semillas de trigo. Y lo hicieron con la sola ayuda de un viejo burro al que habían llamado cuzod.

Así que, antes de que el sol hiciera su aparición por el horizonte, los tres ya estaban en marcha, el hombre a pie tirando de la cuerda y el niño montado en el burro. A media mañana pasaron junto a unas mujeres que lavaban la ropa en un riachuelo; Estas volvieron la cara y comentaron en voz alta:

¡Vaya hombre más tonto, pudiendo ir encima del burro, con los años que debe tener y va andando!.

Esas palabras las oyó el anciano pero siguió camino adelante. Cuando se hubieron alejado de la vista, decidió subirse él también al animal, que protestó un poco por el peso que debía soportar, pero Yazid, que así se llamaba el padre, con cariñosas palabras consiguió que continuara, pues el trecho era largo.

Al poco rato pasaron junto a un pastor que cuidaba sus cabras. Este levantó el callao en señal de saludo y les dijo:

¿ No le parece a usted demasiado peso para el pobre burro, lo van a matar, hasta espuma echa por la boca ?.

Yazid no le contestó pero hizo bajar a su hijo Ahmed, y así continuaron la marcha.

Hicieron noche bajo un centenario árbol junto con otros peregrinos, para resguardarse del frío con el fuego que estos habían encendido y para protegerse de los bandidos.

Antes del amanecer ya estaban circulando, el hombre encima del jamelgo y Ahmed tirando de él.

Pasaron junto a otros pastores que les increparon:

¡ No le dará vergüenza, un pobre chiquillo tirando del burro y él encima!.

Tentado estuvo de contestarles, pero calló.

Bajó de Cuzod, y niño, hombre y burro continuaron su marcha pues poco les quedaba para llegar.

Pero cuando menos de media jornada les separaba de su destino, el animal dio un traspiés y cayó de bruces haciéndose daño en una pata. El hombre se dio cuenta de la gravedad de la situación y se la vendó. A continuación, dijo a Ahmed:

No podemos dejar a Cuzod aquí, siempre ha estado con nosotros y además cuando lleguemos a Hama podrá descansar en el establo de mi hermano y se curará. Así que coge el hacha y corta varias ramas de ese árbol que parece robusto.
El chico así lo hizo y con la destreza y experiencia de Ahmed pudieron fabricar un carromato subiendo al jamelgo en él.

Con una soga a cada lado padre e hijo tiraron con todas sus fuerzas hasta llegar al pueblo, derrengados pero felices.

Por el camino les habían insultado por tirar del animal, pero por primera vez ignoró lo que le decían y pensó en su prosperidad.

" Ande yo caliente y ríase la gente "

jueves, 4 de diciembre de 2008

Isla de Lobos

Ante el pelotón de ejecución, Aureliano Buendía repasó su corta vida…

Y todo por una injusticia que le perseguiría su existencia.

Aquella noche…, aquella noche… maldita noche.

El mar, su mar, el que le había acompañado siempre, cada día, cada noche, se mostraba ahora en toda su intensidad.

El barco estaba fondeado frente a una pequeña cala junto a la Isla de Lobos, junto a Fuerteventura. Una inmensa luna relucía majestuosa mostrando el universo de estrellas. No le importaba hacer las guardias de vigía por las noches, es más, esa madrugada, la del veinte de Julio de mil ochocientos noventa y ocho, había pedido quedarse al frente del bajel hasta que el sol hiciera su aparición por las montañas de Timanfaya, en la isla vecina de Lanzarote. De su padre había aprendido a distinguir las constelaciones, y guiarse por ellas a través del Océano. Aunque era el grumete más joven del barco, contaba con dieciocho años cumplidos, los demás marineros, gente curtida en mil avatares a lo largo de la costa africana, le tenían gran aprecio. Incluso el capitán, ese viejo lobo de mar, hombre rudo y serio donde los hubiera, mostraba hacia el jovenzuelo una especial atención.

En los minutos previos a la ejecución, tuvo tiempo para echar la vista atrás y recordar cada pasaje de su existencia en esos veinte y pocos años intensamente vividos…

Todo era quietud y armonía, algún perro ladraba en el pueblecito de enfrente, Playa Blanca, hasta que bien entrada la madrugada, cuando más extasiado se encontraba, un ruido seco se oyó por sotavento, en la otra parte del barco, como si algo hubiera caído por la borda. Corrió entre sogas y aparejos de pesca, se asomó durante un rato, pero no divisó nada. Así que dejó transcurrir el resto de la velada hasta que por la mañana …

Aunque lo había negado una y otra vez, el juez de Arrecife no tuvo más remedio que condenarle, porque Aureliano Buendía no tenía coartada que lo pudiera exculpar.

No había estado durmiendo, se supone que él, solo él, pudo estar esa noche sobre cubierta, y aunque lloró y perjuró que no había visto nada, fue acusado de asesinato y condenado a la pena de ejecución pública. El, que no había hecho daño jamás a nadie, acusado de la muerte de un hombre, nada menos que del capitán. Sí, intentó defenderse diciendo que había oído un ruido de algo que cayó al mar, pero que en ningún momento temió que se hubiera podido deber a una persona, pero nada fue suficiente ante el juez.

Ninguno de diez marineros que aquella noche estaban en el Lucía II vio ni oyó nada. El nuevo día había traído la ausencia de Manuel Torres, el capitán del bajel. No estaba en su camarote, y nadie pensó en el suicidio, palabra prohibida.

Se dijo que no iba a llorar, que moriría como un hombre. En la plaza principal de Arrecife nadie osaba hablar, un silencio se había adueñado del lugar. Algún murmullo, un susurro apenas audible, la expectación lo dominaba todo, y el miedo, juntos ambos.
Aureliano subió al estrado, el verdugo puso la soga al cuello y se dispuso a quitar la sujeción.

Cerró los ojos y rezó en voz baja. Eran sus últimos segundos de vida.

El silencio era ensordecedor. Nadie respiraba.

En ese momento un grito se oyó al fondo de la plaza: ¡ Paren, paren, fue un delfín, fue un delfín, yo lo ví, yo lo ví…!

Años, muchos años después, cada tarde, se sentaba bajo del faro en su querida Isla de Lobos, y dejaba que el sol desapareciera por el horizonte.
De vez en cuando algún delfín juguetón saltaba sobre las olas y le saludaba.

El mar era su mundo y allí moriría.