Desde aquí arriba la arena no es arena, una alfombra
multicolor hace sombra a este océano al que ahora digo adiós. Quizás un adiós
definitivo, para siempre.
Allá nos enseñaron a no llorar jamás, a ser fuertes como
el acero, a combatir sin tregua ni descanso, a aguantar sin dormir varios días,
a mimetizarme con la selva, con todos los terrenos, pero de nada ha servido.
Siento que estas dos semanas que he pasado descansando en
la base han sido las mejores de mi vida, de mi corta vida, de mis veintidós
escasos años.
Ahora, que este monstruo inmenso nos traslada a una
muerte casi segura de alguno de nosotros,
me gustaría tener la oportunidad de decir que no, que me paro en este
momento, que hasta aquí llegó mi aventura como soldado profesional.
Carmen me dio la oportunidad de conocer otra vida, con
ella descubrí el amor por primera vez, no puedo olvidar sus inmensos ojos negros,
su cara, su cuerpo. Me quedan los recuerdos y un dolor que no puedo calmar con
nada.
En la patria que acogió a mis padres inmigrantes
hondureños, el orgullo de ser americano es lo más grande y por eso me enrolé en
este cuerpo de élite que defiende a nuestro país en los lugares más duros del
planeta.
Ya es tarde, demasiado tarde.
Afganistán es nuestro destino.
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