El fuerte viento de levante que llega
sin freno de la sierra se apodera del
lugar ausente ya de protección. El toldo verde de malla que con tanto mimo
habían desplegado los dueños de la casa en el acogedor patio ha desaparecido
por completo, quizás se lo llevó el abandono, puede que el propio aire lo
hiciera suyo o algún familiar lo quitó.
La sombra que antaño cobijaba al hombre
y a la mujer ya quedó derrotada en una batalla desigual por el sol impenitente que diariamente campa
a sus anchas hasta que quiera marcharse por las montañas que desembocan en el
Atlántico para volver el día siguiente con igual o más fuerza.
El patio sin vida es algo tétrico, un espejo sin reflejo, vagabundean los recuerdos pero nadie acude en su búsqueda.
El patio sin vida es algo tétrico, un espejo sin reflejo, vagabundean los recuerdos pero nadie acude en su búsqueda.
Animales nunca hubo allí, pues su dueño se
sobró con cuidar las ovejas y los perros pastores.
Algún gato vecino recorre sus rincones
buscando ratones desprevenidos o alguna pequeña musaraña
Quedan pocos rastros de una vida anterior
de felicidad.
Las plantas continúan su lucha por la
supervivencia. El viejo jazmín sigue desplegando un abanico de olorosas flores
blancas que nadie recoge, el olivo junto al vacío gallinero extiende sus ramas
a la casa del vecino, las malas hierbas han sido podadas por los hijos en
previsión de un posible incendio, algunos cactus rugosos se mantienen en pie,
otras flores se han secado, el desvencijado portón se oxida a pasos agigantados,
el pozo ciego ha perdido su boca, quizás en un desesperado intento por
respirar, la hiedra poco a poco se va apoderando de todo, ella vence a la
nostalgia, crece con el abandono., se hace fuerte.
El agua del grifo no gotea, también está
muerta. ¿ Existe algo más desolador que una casa sin el sonar, aunque ocasional
de gotas fluyendo vida?.
Afuera, la pequeña acera se ve invadida
por el maestranto, plaga sin cuartel.
No hay canarios que canten al mediodía,
no despierta el gallo al amanecer, no se oye el pasar de las hojas del
periódico, ni al hombre haciendo empleitas, ni a la mujer regando las flores
con mimo, ni un libro que alegre las tardes de soledad, ni un buenos días a los
vecinos, ni charlas literarias al socaire del levante, ni el sonido de la radio
por la noche, ni niños jugando, ya no hay nada.
Quedan los recuerdos flotando en el aire a la espera de que alguien los
recoja y los haga suyos.
Pasa la vida.
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