Hay algunas
ocasiones, las menos para mi desgracia, en las que mi mente escapa de sus
obligaciones laborales a otros mundos, otros tiempos, otros momentos.
A veces
algunas sensaciones perdidas en épocas pasadas, vienen a mi cabeza como si las
estuviera percibiendo ahora mismo:
Ese despertar los sábados por la mañana con el olor de las
tortas fritas de la masa de Maruja y José en la casa de la palmera ( ya no hay horno, la palmera se la comió el bichito, y ese hombre singular que fue Joselito se nos fue por desgracia hace unos meses.
Esas tapas de carne en salsa que servía Curro Alvarez en la
carnicería-bar cuando me llevaba mi padre, confieso no haber probado una
carne tan buena. ( Hace pocos años me vino ese mismo olor paseando por una
calle de Sevilla ).
Ese olor intenso a pieles secándose en el garaje de Antonio
“ El Pellejero “.
Esa tienda de Chan,
donde por primera y última vez pudimos ver en Facinas, un videoclub con las
películas beta, whs y sistema 2.000, que sufrió quizás el más espectacular robo
que la historia de Facinas pueda contar jamás, y que daría para el guión de una
película, con envenenamiento de perro ( boby ), incluido.
A veces me vienen a la mente personajes que ya no volverán:
Isabel Becerra, verdadera maestra de toda una generación de niñas que
aprendieron a hacer punto y a coser gracias a sus saberes. Su hermano, Juan
Becerra, artista olvidado, gran escultor de la madera que como casi todos los
genios los excesos le perdieron, Luz Alvarez, esa anciana adorable que hacía de
la venta de zapatos su vida, la tienda de Manolito Camacho, donde uno parecía
entrar en otros siglos pasados, pero que hacía unos polos de natilla y de
chocolate a un duro maravillosos, o el bar del salón, verdadero local de reunión
de las gentes de Vico. Si alguien no lo sabe, en Facinas teníamos a un
verdadero curandero que con sus manos, y su infinita paciencia dando masajes
era capaz de curar el dolor más intenso
en el estómago, el viejo Picaso. Y las hermanas Mayas, personajes de leyenda en
Vico.
Otras veces me parece estar entrando en el bar de Hidalgo a
las siete de la mañana de un sábado a tomar café con Rafael Serrano y el
Tobalo, ese café de pucherete cuya herencia ha recibido José Luis en el bar del
churrero.
Y quién se
acuerda ya de Adolfo Del Castillo, al
que conocíamos por el apodo del El niñato, gran filósofo de la vida con quién
se podía hablar en serio de cualquier tema, pero a quién el orgullo le gastó
una mala pasada.
A veces creo
estar cargando la furgoneta de Corbacho de pan moreno para que lo llevara a
Tarifa, y el viejo Mangas pululando de un lado a otro controlándolo todo con
precisión meridiana, y todo el universo de personas que por allí pasaban
diariamente, desde Pepe Franco, pasando por mi padre, Juan Noria, ese viejete a
quién la mascota era parte de su cuerpo ya, Antonio Yerga, Rafael, José María, Pitoño, Pepe el de Saladaviciosa,
mi tío Salvador, y tantos cientos de personas que construyeron la leyenda de la
panadería de Diego Rosano primero y luego de Juan Mangas. Allí sí que se podría
haber escrito un libro como “ La
Colmena “, y donde se desarrolló parte de la historia de
Facinas desde finales del siglo XIX hasta las postrimerías del pasado siglo XX.
Quién no
recuerda a Juan Mantas, artista de los artistas, y Mariano Gutiérrez,” Mariano
Paletetas “padre de cinco trabajadores natos, y a Joaquín el Tostado, y a Blas,
el eterno cuidador de los montes de Facinas, y a Charo Cerván, y a Emilio
Criado, y Javier Del Castillo, y Juan Gil, con una personalidad imponente.
A veces
quisiera estar en la terraza de La
Parra comiéndome un montadito de hígado con tocino hecho por
las manos expertas del Torro, o en la Bodeguita tomándome un vino dulce con mi niño
Juan, y que el tiempo no hubiera pasado. Y que Jaro´s hubiera podido seguir
enseñando a la juventud de aquí a amar la música, y que continuara estudiando
en el colegio, con don Melchor, ese ser diferente, con Manuel García, quién nos
acercó a mundos pasados, y qué decir, del eterno director, Castro, el que nos
abrió los ojos al mundo que se nos abría ante nuestros pies.
Y quisiera
recordar a tantos olvidados, María Macho, Bartolo el del Saco, y
otros muchos a los que el tiempo ha ido borrando de nuestra memoria de forma
implacable.
Por eso, aunque me duela, sé que por lo
menos he
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