Como todas las tardes, Pascual se sentaba frente a la iglesia del pueblo y contemplaba desde allí el ir y venir de personas. Sacó una vieja carta del bolsillo, se puso las gafas de cerca y comenzó a leer:
Teruel, 29 de Junio de 1959.
" Estas son las últimas letras que escribo. Ya no puedo más.
Quiero que cuando alguien las lea, si es que eso ocurre, comprenda cómo me siento yo.
Ya que no puedo desahogarme con nadie, por lo menos que el papel sea testigo de mi desesperanza.
Ni siquiera al cura del pueblo me atrevo a confesarle nada, me tomaría por loco.
Así que he tomado la decisión, esta tarde desapareceré para siempre de este asqueroso mundo.
Lo han querido ellos y lo he decidido yo.
La solitaria higuera será mi ayudante, mi testigo y mi verdugo.
Sé que iré al infierno, si es que existe. No existe compasión para los que nos suicidamos, pero qué más da. Si hubiera un cielo y un dios, no habrían dejado que mi vida se pudriese diariamente como así ha pasado.
¿ Que quienes son ellos ?, pues los que me visitan a diario. Algunos tienen nombre: José, Miguel, Ramón, María, otros solamente caras, voces, lamentos, quejidos.
Los fantasmas, mis fantasmas, viven conmigo, comparten mi vida. Hace años que no puedo deshacerme de ellos, no tienen cuerpo, son almas en pena que vinieron un día para quedarse.
Simplemente quieren que les oiga, que les vea, comparten conmigo su desesperanza; no odian, no quieren venganza.
Algunos aparecieron hace años, otros meses y algunos otros van y vienen, pero no me dejan.
No me dan miedo, pero me atormentan.
Hacen siempre la misma pregunta ¿ Porqué ?.
Yo no tengo respuesta, nunca la he tenido, jamás la sabré.
Me llamo Francisco Jiménez, soy un ejecutor, un verdugo. "
Pascual terminó de leer, se secó las lágrimas de los ojos y continuó viendo pasar a la gente.